Cuando empecé la universidad siempre soñaba con el Erasmus, pues sabía que era la primera oportunidad para vivir una “larga” experiencia en el extranjero. Así que bueno, con dieciocho años me monté en el avión destino Turín, sabiendo decir “Ciao” en italiano y poco más, con una sonrisa de oreja a oreja y la ilusión e incertidumbre de quién se enfrenta a un nuevo reto. No sorprenderá a mucha gente si digo que mi etapa Erasmus fue la mejor de mi vida; pues sé que para todos aquellos que tienen ésta oportunidad supone una experiencia muy especial. Durante mi estancia en la ciudad italiana tuve la suerte de conocer buenas personas, de las que a la vez aprendí nuevas visiones de la vida, y también de crecer profesionalmente a través de la universidad y participando en varias exposiciones con mis ilustraciones. Después de casi un año, apenas unas semanas antes de mi vuelta a España, conocí a mi novio de nacionalidad “italo-alemana”. Él hacía unas prácticas allí de ingeniería y también volvería pronto a Munich, su ciudad de residencia. A pesar de lo poco que nos conocíamos, lo diferentes que éramos y las dificultades en nuestra comunicación (hablábamos en un divertido italo – español que pocos salvo nosotros entendían…) decidimos seguir adelante.
Después de un período separados por la distancia y el deber del estudio, un año de viajes exprés y sueños, en junio finalmente me licencié y para mi sorpresa y alegría, recibí la oportunidad de realizar prácticas en un estudio en Berlín durante seis meses. Bueno, no era exactamente Munich como hubiésemos planeado, pero fue el puente que me condujo directamente a este país, abriendo nuevos horizontes. Así que por segunda vez me ví montada en un avión diciendo “Hallo” y poco más, ¡pero con la ilusión de comenzar de nuevo!
Los nueve meses que viví en Berlín me empezaron a descubrir caras de Alemania que hasta entonces no conocía. Fue una experiencia de aprendizaje y algo dura; trabajé mucho y conocía poca gente allí (el idioma siempre era una gran barrera). De Berlín me fascinó siempre su multiculturalidad y su carácter alternativo, de libertad y respeto. Todo ello me hizo aprender a valorarla no como una ciudad especialmente bonita, sino por su espíritu.
Berlín tiene muchos lugares mágicos que se van descubriendo sobre todo cuando uno vive allí, pues muchos de ellos pasan desapercibidos a los turistas: desde el aeropuerto cerrado de Tempelhof convertido en un parque donde practicar deporte o hacer una barbacoa, pasando por Tacheles, Mauerpark, casas ocupa (las pocas que quedan) y montones de cafés donde podrías pasar las largas tardes de invierno bebiendo café sintiéndote como en casa; entre muchos otros… Para las personas que nos movemos en el mundo del arte y del diseño, ésta ciudad creo que nos resulta especialmente interesante. Kreuzberg, Charlottenburg, Wedding, Neukölln… Según en qué parada de U Bahn (metro) nos bajemos, podemos disfrutar de todas las caras de Berlín y admirar sus contrastes. Algunos barrios nuevos, otros más antiguos con las huellas de la historia todavía en ellos; en resumen, siempre he visto Berlín como una ciudad llena de secretos.
Al fin de mis prácticas en Berlín, me encontraba de nuevo ante dos caminos: Podía volver a España, a mi tierra, a mi familia y amigos y especialmente a la comodidad de mi idioma materno, o podía seguir con mi objetivo de estar con mi pareja y enfrentarme de cara ante el posible fracaso de encontrar alguna oportunidad en una ciudad tan exigente como Munich. Y de nuevo lo tuve claro… Por suerte encontré un trabajo que me daría la oportunidad de trasladarme aquí.
Sin duda lo que más me gusta de Munich es la naturaleza, aspecto que considero muy importante. El color verde se encuentra por todas partes y asimismo ofrece un montón de actividades que se pueden realizar al aire libre. Por no hablar de las magníficas montañas que tenemos cerca… Otro aspecto que me gusta es que en esta ciudad se respira tranquilidad y seguridad. La gente es muy respetuosa y comprometida en cosas como por ejemplo el reciclaje: ¡Es la primera vez que encuentro tres contenedores diferentes en la calle para los diferentes tipos de cristal! Esos pequeños grandes detalles creo que dicen mucho de la mentalidad de una sociedad.
Me encuentro bastante bien entre la gente aquí. Es cierto que para muchas cosas tenemos un carácter muy diferente, pero en mi opinión ahí está el encanto de conocer otras culturas y creo que es muy importante adaptarse. No obstante, en ocasiones el idioma todavía sigue suponiendo una limitación a la hora de relacionarme.
Echo de menos el clima mediterráneo, el verdadero sol y el calor de España, aunque también he de decir que aquí cuando hace sol resulta muy divertido: la gente sale a la calle barbacoa en mano y todo se pone a rebosar; parques, lagos, ríos…
La verdad es que soy de esas personas a las que no les gusta mucho planear las cosas y me resulta difícil imaginarme mi futuro en un lugar concreto. No me veo toda mi vida viviendo aquí, pero tampoco tengo una idea de dónde me imagino en un futuro o dónde me gustaría vivir. Lo que sí tengo claro es que en el presente soy feliz aquí; donde me lleve la vida se verá con el tiempo, aunque mi inquietud por viajar está siempre presente en mi cabeza. Quién sabe, ¡quizá hasta vuelvo a España!
Desde mi humilde opinión aconsejaría que se planteasen qué es lo peor que podría pasar si se van, es decir, qué es lo más importante que podrían perder. La tierra no se puede mover pero nosotros sí; con esto quiero decir que siempre hay tiempo de volver a casa. Irse a vivir al extranjero es sin duda una oportunidad de vivir nuevas experiencias, conocer culturas, cosas interesantes, etc. y también abre posibilidades y nuevas puertas; eso sí, siempre que estemos dispuestos a ser flexibles en cuanto a adaptarnos y tengamos también los pies en la tierra. Supongo que todos tenemos motivaciones para dar el paso; así que en resumen mi consejo es básicamente preguntarse a sí mismo: “¿por qué no?” y ¡lanzarse al agua!
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Entrevista realizada por Cristina Yuste Hernández
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