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Los enemigos del cambio: costumbres o hábitos

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Cambio vida: las costumbres que se transforman en enemigos

Hola queridos amigos de Cambiando el Rumbo. Hemos visto en los artículos anteriores la importancia de ser claros a propósito de cómo queremos vivir y como establecer y proponer objetivos y cambios específicos. Ahora que hemos decidido que queremos cambiar, pero sobre todo que cambiar, ahora que nos hemos aclarado a nosotros mismos cuáles son los aspectos a modificar para ser mejores personas, para vivir mejor, para querernos más, llega la parte menos fácilNo os quiero asustar o hacer que tiréis la toalla, pero decidir cambiar algo y tener clara la dirección no es suficiente. Se necesita HACER, ACTUAR. Pasar de las ideas a la acción, de las palabras a los hechos. Y como en todas las cosas importantes de nuestra vida, no será un camino de rosas. El camino hacia la libertad y la felicidad, nos llevará a librar una batalla contra algunos enemigos que se opondrán a nuestra voluntad de cambiar y se interpondrán entre nosotros y la mejor versión de nosotros mismos. Pero nada de miedo, como en todas las batallas, si conocemos al enemigo tendremos más posibilidades de ganar. Los enemigos más agresivos del cambio que encontraremos a lo largo del recorrido serán tres. Costumbres o hábitos, miedo a lo desconocido y soberbia. Al final de este artículo y del próximo conoceremos mejor estos enemigos y contaremos con los instrumentos para desarrollar las estrategias para combatirlos sin demasiado sufrimiento. Empezamos hablando de las costumbres o hábitos. Los hábitos son los principales agentes limitadores del desarrollo personal en términos de cambio. Definimos, antes de nada, la personalidad como aquello que los demás ven de nosotros: Se refleja a través de actuaciones, posiciones y comportamientos. Bien, las costumbres representan el 1’80% de la nuestra personalidad (por tanto, de nuestro comportamiento). Hábito significa reaccionar siempre del mismo modo ante una situación típica. No uso por casualidad la palabra reaccionar . Las personas fuertemente metódicas se guían por el modelo estímulo-reacción. Al producirse un estímulo, casi automáticamente reaccionan de una manera consolidada, formada por innumerables experiencias anteriores. Es esto lo que hace que la costumbre sea así de fuerte: derivan del saber hacer, y es el saber hacer lo que nos hace seguros. Una costumbre es automática: estamos en grado de hacer algo sin pensar y por ello de hacer también otra cosa contemporáneamente.  Obviamente, debido a estas características, no todas las costumbres son deseadas. El hecho de reaccionar siempre del mismo modo limita el campo de elección de nuestras posibilidades sin darnos cuenta. A la larga dejamos de buscar alternativas, pero nos concentramos en consolidar y afianzar mejor aquello que exprimimos habitualmente.

 

El esfuerzo debería ser, en cambio, aquel de pasar del modelo estimulo-reacción a un modelo más funcional de pensamiento dónde al alcanzar un estímulo somos capaces de valorar distintos tipos de acciones y elegir la mejor, la más funcional a nuestra situación. Para ello es necesario alcanzar un adecuado nivel de consciencia en nosotros y de aquello que nos rodea, debemos ejercitar la creatividad y la intuición, y seguir nuestros principios y valores. Estos aspectos nos ayudan a desarrollar distintas alternativas entre las cuales poder elegir la mejor acción.

 

Busquemos un ejemplo. Si al experimentar un estímulo como el hambre yo actuase siempre automáticamente cocinando un plato de pasta con tomate, podríamos sobrevivir. Este es el modelo estímulo-reacción, donde la costumbre es cocinar siempre la pasta, porque me viene bien, porque soy un experto, y porque no se cocinar otra cosa, ni quiero aprender a cocinar ni me interesa siquiera saber más allá del estímulo- hambre que siento.  Si, en cambio, al sentir hambre empezásemos a razonar en otros términos, preguntándome, por ejemplo, qué hora es y si la mejor opción fuese una merienda rápida o una comida sustanciosa. ¿Qué debo hacer después de haber comido? ¿Debo trabajar? ¿Hacer la compra? ¿Hacer deporte? ¿Dormir? ¿Qué puedo comer que no me perjudique la salud? ¿Qué puedo cocinar con lo que tengo en la nevera? ¿Qué puedo cocinar para terminar las cosas que están a punto de caducar, visto que uno de mis valores es no desperdiciar nunca la comida?

Actuando de este modo, creamos distintas posibilidades para satisfacer el estímulo del hambre, pero en un modo creativo, ecológico y ajustado a nuestros valores. Estoy saliendo de la costumbre de actuar siempre cocinando pastas. El ejemplo, repito, es apropósito banal, pero ejemplificativo. Mucha gente reacciona así cuando debe llenar un agujero en el estómago, pero no lo hace por cuestiones igualmente importantes o más importantes aún. Muchas personas reaccionan siempre de la misma manera frente a una discusión con su pareja, a veces gritando o poniendo morros, muchos de nosotros actuamos del mismo modo cuando discutimos con un jefe o con un empleado. Somos conscientes de ello, de hecho después nos arrepentimos y decimos “siempre acaba así. Debo cambiar” o bien “yo sabía que acabaría así, porque se como soy”.

 

No todos los hábitos son negativos. Tenemos costumbres buenas, funcionales, y otras en cambio absolutamente indeseables, de las que querríamos. No creo que haya una clasificación absoluta de “buenas” costumbres o “malas” costumbres. Es subjetivo. Pensemos también en uno de los propósitos cada vez más en alza, ‘debería comer mejor’: si escuchamos la opinión de diferentes dietistas y nutricionistas descubrimos sorprendentemente que alimentos aconsejados por unos son, en cambio, desechados por otros. Yo pienso que el objetivo de nuestra vida es vivir de la mejor forma posible, por tanto, cada uno, según sus propios principios, ideales, valores sabe exactamente cuáles son los propios hábitos que debemos mantener y cuáles, por el contrario, debemos cambiar o modificar en el mejor de los casos. Bien, ahora probemos a cambiar los hábitos perjudiciales.

 

Preparamos dos listas, la primera contiene las costumbres que no nos gustan, son de las que debemos desprendernos. Procedamos:

  1. Escribimos los hábitos que queremos eliminar o cambiar. No es algo banal. Superficialmente podemos considerar que casi todo va bien, pero reflexionemos mejor. Pensemos en todo lo que nos ha limitado en nuestro éxito, en nuestro bienestar, en nuestra felicidad y en nuestra salud. Pensemos en nuestros momentos de frustración y en su causa. ¿De verdad no somos capaces de reconducir ninguno de estos aspectos hacia uno o más hábitos?
  2. Motivación. Una vez encontrados los hábitos sobre los que trabajar, los analizamos uno por uno de manera profunda preguntándonos: ¿cuál es la motivación que hay dentro de esta costumbre? ¿Qué nos da este hábito que otros no nos dan? Escribamos al lado de cada una de las costumbres cuales son los motivos que nos empujan a este comportamiento. Identifiquemos qué necesidades satisfacen estos hábitos.
  3. Alternativas. Ahora que sabemos qué es lo que nos mueve a comportarnos siempre del mismo modo y qué necesidades son cubiertas por costumbres disfuncionales a eliminar, podemos trabajar para crear alternativas. Encontremos algo que satisfaga las mismas necesidades, la misma motivación, pero que sea positiva y funcional a nosotros, de acuerdo con nuestros valores, ecológica (que no impacte contra nuestro delicado sistema psíco-físico). Si estáis pensando en sustituir con tres vasos de bebidas alcohólicas, quizás debéis trabajar todavía un poco más, pero ¿de verdad no hay nadie dispuesto a cambiar diez cigarrillos con un paseo de veinte minutos en un parque con un amigo hablando de deporte, de mujeres, de coches? ¿Ninguna de vosotras chicas está dispuesta a cambiar una hora de costoso shopping por una hora en un centro de masajes, que os cuesta posiblemente menos que los tacones que tantos deseáis? Lugares comunes, lo sé, pero ejemplificativos.

A continuación la segunda lista; las costumbres que queremos adoptar. Aquí la cosa es más fácil, decidamos y actuemos. ¿Queremos comer más verdura diariamente? Pues salgamos y compremos verdura, cocinemos recetas ricas en verdura, marquemos cada día que tipo de verdura comer. ¿Queremos practicar más deporte? Pues encontremos la actividad hecha para nosotros, no la primera que encontramos, sino aquella que nos guste. Probemos el gimnasio (en general regalan un mes de prueba), correr, bicicleta, el tenis, la natación… en definitiva, después de encontrar la actividad adecuada, busquemos un amigo con quién realizarla. Al principio esta “alianza” nos ayudará a divertirnos y a mantener la ‘obligación’ hasta que se haya convertido en un buen hábito. Cada cambio importante es más fácil de afrontar con aliados a nuestro lado que nos ayudan a seguir adelante y a permanecer concentrados en el objetivo.  Ahora que tenemos también la lista de los nuevos hábitos a asimilar. Comparemos las dos listas. ¿Hay alguna de las “buenas” que puede ayudar a suprimir una de las “malas”? Me explico: si en la lista de las “malas” estuviera ‘encender el ordenador después de la cena para ver el correo del trabajo’ y en la lista de las “buenas” hubiéramos escrito ‘pasar más tiempo con mi pareja’ me parece fantástico. Olvidemos a propósito el portátil en el trabajo, en el coche o en el garaje: cenemos, después pidamos a nuestra pareja sentarse a nuestro lado y hablar. Veámos una película. O durmámonos. Realicemos cosas que nos hagan sentirnos bien.

 

En conclusión, habituémonos a estar bien.

 

La última cosa. Si no queréis (o no lo necesitáis) modificar grandes hábitos o costumbres, os aconsejo cambiar un poco aquellas pequeñas manías. Cambiad cada poco de camino para ir al trabajo o a hacer la compra, cambiad vuestro sitio en la mesa, modificad el orden con el que hacéis las cosas cuando os levantáis: Es decir, acostumbrémonos a no ser monótonos también en las pequeñas cosas, nuestro cerebro nos lo agradecerá.

 

Fabio Parietti

www.fabioparietti.it
Traducción: Cristina Yuste Hernández

 

 

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