Probablemente nos encontremos frente a una persona soberbia. Estoy seguro que todos conocemos personas que responden a esta descripción. El mundo está lleno de gente soberbia. Además estoy convencido que ninguno de nosotros se reconoce cómo soberbio: por tanto, ¿cómo saber si padecemos esta enfermedad curable tan común hoy en día? Mirándonos al espejo. El espejo más fiable son las personas que nos rodean, aquellas de las que nos fiamos, personas honestas. Son ellas las que tienen nuestra mejor perspectiva, de nuestros puntos ciegos que se manifiestan a través de nuestro comportamiento. Muchas veces existen grandes diferencias, sin saberlo, entre lo que somos interiormente, en el alma, y lo que expresamos con nuestro comportamiento. Por ello, preguntemos a personas fiables, que nos conocen bien, que pasan muchas horas con nosotros en casa o en el trabajo: Pidámosles darnos consejo sobre este aspecto, nuestra soberbia. Elijamos personas sinceras, que no tengan miedo a decir la verdad, que quieran nuestro bienestar y que deseen que mejoremos. Si nosotros mismos somos personas leales y fiables, recibiremos críticas sinceras y sabremos así si ‘sufrimos’ soberbia.

 

Un pequeño truco. Si os ha pasado muchas veces que otras personas os hayan dicho que sois soberbios, que pensáis que sois siempre los mejores, que no escucháis nunca a los demás y que hacéis siempre lo que os da la gana… entonces sois soberbios. ¿Fácil verdad?

 

La soberbia se opone al cambio porque el hecho de estar siempre seguros de hacer las cosas bien nos paraliza delante de los “imprevistos”. El imprevisto, la dificultad, son percibidos como factores externos, sobre los que no tenemos influencia, visto que estamos convencidos de estar haciendo todo lo posible y del modo correcto. La soberbia nos induce a abstenernos de sopesar y considerar alternativas válidas de las que tenemos en la cabeza o ya hemos probado. En ocasiones, la alternativa del soberbio delante de un obstáculo es el abandono, porque “o se hace como digo yo o nada” y “no es culpa mía, no depende de mí”.

 

El primer paso para vencer este enemigo es reconocerlo: en sentido absoluto, saber que uno es soberbio, y ser, por tanto, consciente de los efectos de la soberbia. Por ello, como ya hemos dicho, consultemos nuestros espejos, y si es el caso admitamos serena y honestamente ser soberbios. También serena y honestamente debemos decidir combatir este enemigo que constituye un límite para nuestra libertad a cambiar.

 

Lo que podemos hacer para vencerle es muy fácil. Cada vez que alguien nos acusa claramente de ser soberbios por los motivos ya expuestos, entonces reaccionemos y PREGUNTEMOSLES, con gentileza, sus opiniones respecto a lo que estamos discutiendo, que alternativas habían pensado, como afrontarían ellos la situación. No nos apaguemos, sintonicemos con nuestros interlocutores y ESCUCHEMOS con atención sus respuestas, las ideas, también las críticas: sigamos haciendo PREGUNTAS sobre lo que estamos escuchando, y continuemos a ESCUCHAR las respuestas. Actuando así, estaremos ya en el camino de la victoria, y sin darnos cuenta, estamos venciendo la soberbia.vSi somos de verdad personas soberbias, este tipo de interacciones se nos presentará frecuentemente desde ahora en adelante, pero la buena noticia es que tenemos muchas ocasiones para entrenarnos y combatir. Y entrenándose se tienen muchas oportunidades de ganar.

 

La otra gran consecuencia de la soberbia es aquella que yo defino ‘el síndrome del hombre que no debe preguntar nunca’.

 

Es una persona que se ha hecho a sí misma sola’ o ‘Adelante hijo mío, debes conseguirlo tú solo’ o bien ‘En este mundo puedes contar solo contigo mismo’ hasta ‘Quién hace algo para uno mismo, hace como para tres’. Podría seguir así, pero no lo haré. Quién sabe cuántas veces habréis escuchado estas frases, quién sabe cuántas veces habéis sido obligados a contar solo con vosotros mismos, a valerse por sí mismos, haciendo palanca hacia una desviación del reloj que no es otra cosa que soberbia. No sé de dónde viene este tipo de comportamiento, tampoco me interesa descubrirlo, pero quiero combatirlo, expulsarlo, erradicarlo de la mente de quiénes piensan que pedir ayuda es admitir debilidad. Probaré a dar argumentos para combatir nuestra postura hacia el pedir ayuda, para aprovechar todas las amistades y conocidos que tenemos con el objetivo de alcanzar vuestros objetivos y vivir mejor. Lo primero de todo tratemos de pensar en todas las personas de éxito, intentando según nuestros cánones personales e individuales de éxito: decidme según vosotros si lo han conseguido solos. iNO! Descubriréis que son personas brillantes, preparadas, competentes, probablemente inteligentes y ricas (de este aspecto hablaré en el próximo artículo), pero que tienen en común el hecho de disponer de una red de conocidos y de amistades que les sostienen y que les ayudan. Sostengo que las competencias técnicas y personales y la red de conocidos son absolutamente complementarias. Existen poquísimos casos de éxito gracias a uno solo de estos componentes. Un amigo me invitaba a pensar en grandes hombres como Mandela, Martin Luther King, Gandhi o Madre Teresa de Calcutta: Me preguntaba cómo han podido realizar cambios así de importantes e impensables antes de su llegada. Bien, él sostiene que haya sido posible gracias a las personas, gracias al hecho de haber compartido ideas con un gran número de personas que les han pedido ser sus portavoces. Las ideas han dejado así de ser tales para convertirse en algo real.

 

‘Detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer’. Obviamente se puede también decir al contrario, pero esta sí que es una gran verdad. Solos no somos nadie, solos estamos perdidos. Los estudios profesionales de psicología y psicoterapeutas hablan de gente convencida de valerse POR Sí MISMA…Y, por tanto, se dirigen a ellos para contar con ALGUIEN que les ayude.

 

Preguntemos, preguntemos, preguntemos. Y si os parece haber preguntado demasiado, preguntemos todavía. No debemos tener miedo a preguntar. Aprovechemos todas las amistades que tenemos. Abrámonos, compartamos tranquila y lealmente nuestras necesidades y hagámonos ayudar en nuestro objetivo de cambio. Busquemos ser explícitos, sin esperar que sean los otros a deber interpretar aquello que nos sirve. Pensemos cuando ayudamos a alguien: Nos sentimos bien, se generan emociones positivas que aumentan nuestro bienestar, nos sentimos eficaces y seguros de nosotros mismos. La misma cosa vale también para las personas a las que pedimos ayuda. Por este motivo, en el límite de sus posibilidades, serán felices de ayudarnos. Pedir no es más que la otra cara de dar. Pidiendo ayuda daremos a las otras personas la posibilidad de estar mejor por el hecho de podernos ser útiles. Es un acto de generosidad. iMuy distinto de la soberbia!

 

No es nada raro pedir ayuda. Descubriremos que nuestras relaciones mejoran, porque se basarán en una mayor trasparencia, se caerán las mascaras, llegaremos más fácilmente a una relación más profunda, si al mismo tiempo estamos dispuestos también a dar. No estoy invitando a una acción en sentido único. Recordemos que pedir no es más que la otra cara de dar. No puede existir una cara sin la otra.

 

Pidiendo ayuda descubriremos cuántas personas pueden sernos útiles, también indirectamente, para alcanzar nuestras metas. Cuántas veces hemos escuchado de amigos que han conseguido algo gracias a los consejos de un amigo, del marido, de la hermana… Y ¿por qué ocurre siempre y pasa solo a los otros la suerte de tener amistades y conocidos así de serviciales? No es suerte y no depende solo de quién conocemos, sino el hecho de pedir. Nadie te hablará (en Italia se dice todavía recomendará) de un puesto de trabajo mejor, si no sabe que estamos buscando uno o que tenemos verdadera necesidad. Pidiendo ayuda descubriremos también la energía que las personas nos pueden dar. En momentos particularmente duros de nuestra vida, tener alrededor personas que nos apoyan, que nos confortan, que nos tienden su mano y nos hacen disfrutar, esto hace verdaderamente la diferencia entre el éxito y la depresión. ¿Estamos seguros todavía de poder con todo solos? Si es así, nuestra soberbia es incurable. Una última cosa para los rebeldes, a quiénes yo llamo (sin fantasía) el partido del hombre que no debe pedir nada.

 

Bueno, si no sois capaces a pedir, si no podéis agacharos (o ¿levantaros?) a nivel de quiénes tienen necesidad, tengo una buena noticia. Podéis evitar pedir, de verdad. Empezad por DAR. Dar sobre todo, ayuda, apoyo a todas las personas que conocéis. Hacedlo gratuitamente sin esperar nada a cambio. Hacedlo con entusiasmo, hacedlo con una sonrisa, hacedlo en un modo positivo. Buscad hacer cualquier cosa útil para las personas que conocéis. No preguntéis “¿Necesitas algo?”, pero hacer algo que les pueda ser útil. Si la relación es bastante buena, sabréis hacer algo bueno por ellos, por su trabajo, por su pasión. Se necesitará un poco de tiempo, pero después recibiréis tanto. Y todo sin pedir nada. ¿No es maravilloso? Ahora no estoy tan seguro de qué parte estar. ¿Dar o pedir?

 

 

Fabio Parietti

 

www.fabioparietti.it
Traducción: Cristina Yuste Hernández

 

 

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