Lo mismo durante los siguientes días: sólo un breve instante, apenas el tiempo de levantar los ojos al cielo y, enseguida se vio arrastrada hacia delante por el ritmo apremiante de las compañeras, fieles al deber. Por la noche, a soñar, con los ojos abiertos, panoramas infinitos. El deseo se hizo tan fuerte que, un día, decidió gozar de ese cielo azul y de las nubes, dejando a un lado el deber que ya sentía como alienante. Se durmió tranquila con este pensamiento, mientras su mente volaba más allá de las nubes.
A la mañana siguiente descubrió, muy a su pesar, que el trabajo no se podía dejar. La pobre hormiga fue aplastada sin piedad: una pierna rota, otra arrancada, todo el cuerpo era una herida… Las compañeras se revolvieron contra ella y le riñeron, mientras, ella estaba muriendo. “¿Por qué has dejado el trabajo, holgazana? La muerte es tu justo castigo. Sí, respondió nuestra hormiga, soy una holgazana y por eso me muero. ¡Pero yo he visto el cielo!”
León XIII, al comienzo del año 1900, constata amargamente: “La materia prima entra en bruto a la fábrica y sale ennoblecida; el hombre entra noble y orgulloso y sale embrutecido”. Esta relación entre hombre y fábrica que se ha verificado en el pasado, parece que hoy se vuelve a proponer a quien, joven todavía y lleno de sueños y esperanzas, se lanza a la vida; y la sociedad, muchas veces, lo homologa y lo integra en el “sistema”, quitándole las ganas de vivir.
En ese progreso que, según algunos, no debe detenerse, ¿queda sitio para nuestros sueños? ¿Existe todavía la posibilidad de decidir sobre nuestra vida? ¿Ser actores o material pasivo que cualquiera puede tener derecho a pisotear? ¿Hay que resignarse a ser uniformado o tener el coraje de gritar: “Yo, como soy pobre, no tengo más que mis sueños: camina con cuidado porque estás pisoteando mis sueños” como decía el poeta y Premio Nóbel de Literatura Butler Yeats.
Cada vez son más las personas que están cansadas de su día a día cotidiano, se ven enfrascadas en la rutina, ven que ni siquiera tienen tiempo para soñar, dejando en el olvido sus sueños, la sal de la vida, y sin saberlo, en muchas ocasiones no son felices. Necesitan cambiar el rumbo, necesitan llenarse de valor, que no es fácil, y marcarse un nuevo horizonte. Hacer las maletas literalmente y volar.
Este vuelo físico va de la mano de uno psicológico; No sólo cambiar de ciudad o de trabajo te hará ser una persona nueva. Hay que saber disfrutar de lo que eso conlleva.
Para Emmanuele Mounier, filósofo del personalismo “ es la persona la que se hace libre, después de haber escogido ser libre”. Es una libertad que se conquista cada día; se trata de una libertad que no es nunca definitiva para la persona. “Nada en el mundo puede darle la seguridad de ser libre, si ella no se lanza audazmente a la experiencia de la libertad”
Mounier recuerda la necesidad de una técnica de los medios espirituales: “La persona no es una arquitectura inmóvil, dura; se va haciendo a lo largo del tiempo. Su estructura es más parecida a un desarrollo musical que a un edificio, pues no puede darse fuera del tiempo”.
No entramos en sintonía con nosotros mismos de manera automática. Vivir la vida de manera coherente con uno mismo es todo un arte. Theodor Fontane describe dicho arte como una capacidad de crear dentro de nosotros el equilibrio interior. « Vivir de manera ligera sin ligereza, estar alegre sin desenfado, tener valía sin valorarse en exceso: he ahí el arte de la vida ».
La fábula de nuestra hormiga que acaba muriendo pero está feliz porque ha visto el cielo me recuerda a la película de Sean Penn, Into the Wild, también conocida como Hacia rutas salvajes o como Camino Salvaje, basada en el best seller homónimo de Jon Krakauer. Narra la historia de un joven norteamericano que en 1990, tras terminar sus estudios universitarios en Atlanta decidió alejarse de la sociedad debido al conjunto de prácticas y costumbres que conllevaba el estilo de vida en el que se crió. Su gusto por la lectura naturalista y existencialista lo llevaron a tomar la decisión de convertirse en un trotamundos. Tras atravesar California, Oregón, Dakota del Sur, entre otros tantos lugares, en un viaje que duró algo más de dos años, sintió el impulso de vivir solo en contacto con la naturaleza, por lo que se fue a Alaska.
La película nos regala unas vistas impresionantes, la fotográfia es mágnifica y el mensaje que nos trasmite Christopher McCandless, su protagonista, con su inquietante y conmovedora experiencia nos hace plantearnos muchas cosas sobre nuestro particular modo de vivir. ¡Ya sabes: Aventurate! Hay muchos rincones escondidos por descubrir, no permitas que la rutina y el trabajo no te dejen ver el “cielo” como a nuestra hormiga. Nada ni nada puede robarte la libertad de soñar, de viajar, de ser feliz.
Cristina Yuste Hernández
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